, Aldiss, Brian W. Galaxias Como Granos de Arena 

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de dar un paso gigantesco... inesperado, pero una culminación inevitable del uso de la
galingua.
-Entonces -dije, sintiéndome mejor ahora que empezaba a comprender-, ¿usted es el
siguiente paso evolutivo, tal como lo predice Pamlira en Paraevolución?
-Simplificando, sí. Tengo esa conciencia total de que hablaba Pamlira. Cada una de
mis células tiene ese don, así que soy independiente de una forma fija, ruina de toda
criatura multicelular anterior a mí.
Sacudí la cabeza.
-A mí no me parece un avance sino un retroceso -dije-. A fin de cuentas, el hombre es
una compleja colmena de genes; usted dice que puede transformarse en células simples,
pero las células simples son formas de vida muy primitivas.
-Todas mis células son conscientes -enfatizó-. Ésa es la diferencia. Los genes
construyen células y las células constituyen la colmena genética llamada orden para
desarrollar sus propios potenciales, no los del hombre. La idea de que el hombre pueda
desarrollarse era sólo un concepto antropomórfico. Ahora las células han terminado con
esta forma llamada hombre, han agotado sus posibilidades y pasarán a otra cosa.
No parecía haber nada que decir, así que guardé silencio, bebiendo el vino y mirando
las sombras que se extendían desde las montañas hasta el mar. Aún sentía frío, pero ya
no temblaba.
-¿No tiene nada más que preguntarme? -inquirió Gerund, casi con asombro en la voz.
Nadie espera que un monstruo se asombre.
-Sí -dije-. Sólo una cosa. ¿Es usted feliz?
El silencio, como las sombras, se extendía hasta el horizonte.
-Es decir -aclaré-, si yo interviniera en la creación de una nueva especie, trataría de
hacer algo más propenso a la felicidad que el hombre. Somos criaturas curiosas, y
nuestros mejores momentos ocurren cuando luchamos por algo; apenas lo conseguimos,
ya estamos llenos de inquietud. Existe un «divino descontento», sí, pero el divino contento
sólo es para las bestias del campo, que inadvertidamente engullen gusanos con la hierba.
Cuanto más inteligente es un hombre, más propenso es a la duda; en cambio, cuanto más
tonto es, más propenso es a contentarse con su suerte. Por eso pregunto: nueva especie,
¿eres feliz?.
-Sí -afirmó Gerund-. Todavía soy sólo tres personas. Regard, Cyro, Gerund. Los dos
últimos han luchado durante años en busca de la integración plena, como hacen todas las
parejas humanas, y ahora la han encontrado, una integración más plena de la que era
viable antes. Aquello que los humanos buscan instintivamente, nosotros lo poseemos
instintivamente; somos la culminación de una tendencia. Sólo podemos ser felices, por
mucha gente que absorbamos.
Sin perder la calma, comenté.
-Pues será mejor que empieces a absorberme, pues eso debe de ser lo que te
propones.
-Con el tiempo todas las células humanas quedarán sometidas al nuevo régimen -dijo
Gerund-. Pero primero se debe difundir la noticia de lo que está ocurriendo, para que la
gente se vuelva receptiva, para ablandar más lo que la galingua ya ha ablandado. Todos
deben enterarse, para que podamos llevar a cabo el proceso de absorción. Ése será su
deber. Usted es un hombre civilizado, alcalde; debe escribirle a Pamlira, ante todo,
explicando lo que ha sucedido. Pamlira se interesará.
Hizo una pausa. Tres coches se acercaron rápidamente por la calle y entraron por la
puerta principal de la cárcel. Jeffy, tenía inteligencia suficiente como para ir a buscar
ayuda.
-Supongamos que no colaboro -dije-. ¿Por qué debería apresurar la extinción del
hombre? Supongamos que revelo la verdad al Consejo de la Federación Galáctica, y les
pido que vuelen esta isla en pedazos. Sería un simple «¡Lárgate!», un sencillo «¡Al cuerno
contigo!».
De pronto nos rodearon unas mariposas. Al ahuyentarlas con impaciencia, volqué la
botella de vino. El aire se llenó de miles de mariposas que aleteaban como papel; el cielo
penumbroso estaba cubierto de ellas. Los movimientos más furiosos de mi mano no
lograban espantarlas.
-¿Qué es esto? -rugió Gerund. Por primera vez, vi con mis propios ojos cómo perdía la
forma mientras creaba otro apéndice para expulsar a las delicadas criaturas. El apéndice
brotó de lo que era la oreja y azotó el aire. Sólo puedo decir que sentí náusea. Me costó
un gran esfuerzo conservar la compostura.
-Como criatura tan consciente de la naturaleza -dije-, deberías disfrutar de este
espectáculo. Son mariposas Vanessa cardui, desviadas por millares de su senda
migratoria. Vienen aquí casi todos los años. Este viento tórrido, que llamamos marmtan,
las lleva al oeste por el mar, desde el continente.
Oí que subían los escalones a la carrera. Ellos podrían encargarse de esa criatura,
cuyas palabras razonables contrastaban tanto con su intolerable aspecto. Seguí hablando
en voz más alta, para que fuera posible tomarla desprevenida.
-No es del todo infortunado para las mariposas. Hay tantas, y sin duda han comido la
mayor parte de su alimento en tierra firme; si el viento no las hubiera traído aquí, se
habrían muerto de hambre. Un admirable ejemplo de cómo la naturaleza cuida de los
suyos.
-¡Admirable! -repitió. Yo apenas podía verlo en medio de esas alas fulgurantes. La
partida de rescate estaba en la habitación contigua. Irrumpieron con Jeffy a la cabeza,
portando armas atómicas.
-Ahí está -grité.
Pero no estaba. Regard-Cyro-Gerund se había ido. Imitando a las mariposas, se había
dividido en mil unidades, planeando en la brisa, a salvo, invencible, perdido en la multitud
de brillantes insectos.
Así llego a lo que no es realmente el final sino el principio de esta historia. Ya ha
pasado una década desde que aconteció el episodio de las islas Capverde. ¿Qué hice?
Bien, no hice nada. Ni le escribí a Pamlira ni llamé al Consejo de la Federación. Con la
maravillosa capacidad de adaptación de mi especie, en un par de días logré convencerme
de que «Gerund» nunca tendría éxito, o que le estaba sucediendo algo que él había
interpretado mal. Y así, año tras año, oigo informes sobre la merma de seres humanos y
pienso: «Bien, al menos son felices»; me siento en el balcón, bebo mi vino y me dejo
acariciar por la brisa marina. En este clima, y en este puesto, nada más podría esperarse
de mí.
¿Y por qué debería entusiasmarme por una causa en la que nunca he creído? Cuando
la naturaleza sanciona una ley no hay apelación posible; para sus prisioneros no hay
escapatoria, y todos somos sus prisioneros. Así que me quedo tranquilo y bebo otra copa. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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