, 79. Saer, Juan JosĂŠ Glosa 

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atraviesa, monótono, con su tren de apariciones, la parte ilumi-
nada de la mente, se ha ido entrecortando, gracias a la punta
clara de su atención que, como el filo de un diamante, ha venido
abriéndose paso para relegar, con ajustes sucesivos, los plie-
gues de lo oscuro. A partir de cierto momento, después de va-
rios intentos trabajosos, los pliegues se retiran y las caras del
diamante, emergiendo de la oscuridad, se concentran en la pun-
ta transparente que se estabiliza y se fija, para después alcan-
zar la perfección al desaparecer a su vez, diseminada en su pro-
pia transparencia, de modo tal que no únicamente el ronroneo,
que es tiempo, carne y barbarie, sino también el libro y el lector
desaparecen con ella, despejando un lugar en el -.que lo intem-
poral y lo inmaterial, no menos reales que la putrefacción y las
horas, victoriosos, se despliegan. De tanto en tanto, la mano
izquierda, independiente del resto del cuerpo, se desliza hasta el
plato de ciruelas, recoge una y la lleva, sin error posible, a la
boca que se entreabre para recibirla, triturarla con los dientes y
escupir, después de unos momentos, en el hueco de la mano
que se ha vuelto a elevar, el carozo casi sin rastro de pulpa, que
la lengua y los dientes, por su propia cuenta, han separado con
minucia y facilidad para reenviarlo después al exterior. El libro,
que se mantiene apoyándose en otros apilados horizontalmente,
oblicuo como una biblia sobre un atril, no manda más ruido que
el que hacen los dedos del lector al aferrar, gracias al desliza-
miento del índice previamente humedecido en la punta de la
lengua y la presión del lugar, el ángulo inferior derecho para pa-
sar a la página siguiente; y, sin embargo, un tumulto silencioso
llena la cabeza de Washington. Espacio y tiempo, arremolinán-
dose contra el lector inmóvil, son impotentes para disolver y
hacer circular ese tumulto, y resbalan en los bordes inmateriales
del cuerpo, sin poder penetrar en el núcleo inmaterial que es su
corolario.
 Las famosas cuatro conferencias de Washington sobre los
indios Colastiné  dice el Matemático.
Leto ha oído hablar de ellas  de un modo fragmentario, por
supuesto, como, por otra parte, de todo lo relativo a Washing-
ton. Viene trabajando en ellas  Lugar, Linaje, Lengua, Lógica
desde hace cuatro o cinco años; de un modo fragmentario,
¿no?, por ejemplo, que Washington, de quien Leto, antes de
mudarse desde Rosario, nunca había oído hablar, en fin, que
Washington, por ejemplo, ha estado en la cárcel varias veces,
sobre todo en los años veinte y treinta, y que no después, a fi-
nales de los cuarenta, ha pasado un tiempo en un psiquiátrico,
que se ha casado dos veces y separado las dos, que la hija se
casó con un médico y vive en Córdoba desde hace algunos
años, que la casa de Rincón Norte, en todo caso el terreno, lo
heredó de su padre, farmacéutico en Emilia, con el que desde
1912 hasta su muerte (la del padre, ¿no?), no se habían dirigido
más la palabra, que Washington vive de una pensión por invali-
dez que le dieron cuando salió del psiquiátrico y de traduccio-
nes, etc., etc.  y muchas otras cosas desordenadas, que ha ido
pescando al azar de las conversaciones, que le ha oído decir a
Tomatis, a Barco, a César Rey, a los mellizos, etcétera.
Asintiendo, sin volver la vista hacia el Matemático, Leto sacu-
de la cabeza. Ahora han llegado a la altura de la casa de discos,
en la otra vereda, así que cuando pasan enfrente pueden oír con
mayor nitidez la música que, igual que ellos por la calle recta,
ha venido avanzando, por el camino más intrincado de la melo-
día, hasta ese encuentro pasajero. Pero la indiferencia actual del
Matemático respecto de ella es tan completa que Leto siente
una irritación rápida, una especie de rebeldía, como si, con esa
indiferencia súbita, el Matemático lo defraudara  lo cual de al-
gún modo es exacto, porque cuando lo ha visto absorbido por la
música, Leto ha sentido por él una admiración confusa y un po-
co problemática. Ajeno a todo accidente exterior, el Matemático
prosigue:
 Pero esa es otra historia  dice.
Las conferencias, ¿no? En la noche tranquila de Rincón Norte,
en el estudio iluminado y silencioso donde el humo del cigarrillo
olvidado en la muesca del cenicero sube callado y regular hacia
la lámpara, Washington lee, apacible, el libro abierto sobre la
mesa. Y es ahí donde los tres mosquitos hacen su aparición.
Aquí el Matemático efectúa una pausa ostentosa y satisfecha,
volviendo brusco la cabeza hacia Leto que, para castigarlo por
su ligereza de hace unos instantes, decide no registrar el efecto,
absteniéndose de desviar la vista del punto fijo ante él muchos
metros más adelante en la vereda recta en que la viene fijando,
de modo que la sonrisa un poco teatral que el Matemático ha
comenzado a esbozar se borra de su cara, y una expresión in-
descriptible, pero muy leve, de pánico y tristeza, aparece en
ella. Pero casi en el mismo momento en que se lo ha propuesto,
Leto, por falta de carácter o por desaprobar en el fondo lo pueril
de su actitud, cede y gira la cabeza, adoptando una expresión
intrigada no menos teatral que la pausa satisfecha del Matemá-
tico. El Matemático revive. Nuevos relentes del Episodio, en on-
da fugaces, tenues y sucesivas, lo han asaltado, relentes de los
que la expresión leve de pánico y tristeza, que acaba de pasar
inadvertida para Leto, ha sido únicamente la manifestación más
exterior, como las lámparas de Entre Ríos que, según dicen, vi-
braron, parece, la noche del terremoto de San Juan. Las ondas
refluyen, y en la imaginación del Matemático, Washington, ab-
sorto en la lectura, oye el triple zumbido mucho después que los
mosquitos han comenzado a revolotear en la pieza, por encima
de su cabeza, en algún punto entre la mesa y el techo  y esto,
desde luego, según Botón, y, según Botón, según Washington.
Ahora, casi a cada puerta de calle, abierta a menudo entre
dos vidrieras, corresponde un negocio. En la vereda de enfrente,
por ejemplo, después de la casa de discos, que va quedando
atrás, dé modo que la intensidad de la música disminuye, hay
una sedería, una mueblería, el negocio de artefactos eléctricos
Lux, la zapatería para damas Chez Juanita. En la vereda por la
que vienen caminando, Leto y el Matemático dejan atrás sucesi-
vamente un quiosco de cigarrillos expuesto en la vidriera de un
bar americano exiguo y oscuro a pesar de sus taburetes de plás-
tico y de su mostrador de fórmica multicolor, una florería, una
confitería de lujo, una cigarrería ante cuya vidriera un hombre
de cierta edad está poniéndose los lentes para estudiar, con se-
riedad minuciosa, los extractos de lotería. De cada negocio,
desde la parte superior de la fachada, entre la planta baja y la
alta, entre los balcones, se despliegan hacia la calle los letreros [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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