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instante empezó a hablar el redactor, y lo que dijo fue tan sorprendente que la mujer del escritor olvidó sus protestas. La locura es como un proyectil flexible. La mujer del agente hizo un gesto de sorpresa ante la frase. El escritor se inclinó hacia adelante, con una expresión irónica. Me suena bastante dijo. Claro respondió el redactor . La frase, la imagen del proyectil flexible, es de Marianne Moore, que utilizaba esa expresión para designar los coches. Yo siempre pensé que describía magníficamente el fenómeno de la demencia. La locura es una especie de suicidio mental. ¿Acaso no aseguran los médicos que la única medida cierta de la muerte es la muerte mental? La demencia es una especie de bala flexible dirigida al cerebro. La mujer del escritor se levantó. ~Quién quiere beber algo? Nadie respondió a la oferta. Pues yo sí, si es que vamos a seguir hablando de esto dijo, preparándose algo de beber. Una vez, cuando todavía trabajaba en Logan s, me enviaron un relato dijo el redactor . La revista tuvo el mismo destino que Collier s y el Saturday Evening Post, aunque ellos tuvieron que cerrar mucho antes que nosotros prosiguió, con un cierto tonillo orgulloso . Publicábamos unos treinta y seis cuentos al año y, a veces, más. Cada año, tres o cuatro eran incluidos en alguna relación de los mejores relatos. Por si fuera poco, la gente los leía realmente. Pues bien, el titulo del relato era «La bajada del proyectil flexible», y lo había escrito un tal Reg Thorpe, un escritor joven con tanto éxito como tú dijo, dirigiéndose al escritor. Escribió también Imágenes del sub mundo, ¿verdad? preguntó la mujer del agente. Sí. Fue un éxito extraordinario para tratarse de una primera novela. Tuvo unas críticas inmejorables y las ventas no le fueron a la zaga, tanto en edición de lujo como de bolsillo. Apareció en todas las listas. Incluso la película fue bastante buena, aunque no tanto como la novela, ni mucho menos. Me gustó mucho ese libro dijo la mujer del escritor, que había acabado por interesarse en el tema, a pesar de su aprensión inicial. Tenía el aspecto sorprendido y encantador de quien recuerda de pronto un tema olvidado por largo tiempo . ¿Ha escrito algo más desde entonces? Recuerdo haber leído Imágenes del submundo cuando estaba en la universidad, hace ya tanto... que ni me acuerdo. Pues se te ve igual que entonces dijo la mujer del agente, sonriendo, aunque en realidad pensara que la mujer del escritor usaba unos sostenes demasiado pequeños y una falda demasiado corta para su edad. No, no ha vuelto a escribir nada desde entonces prosiguió el redactor . Excepto el relato que he mencionado antes. La verdad es que se suicidó. Se volvió loco y se mató. [Oh! exclamó la mujer del escritor, decepcionada. Otra vez estaban hablando de lo mismo. ~Llegó a publicar el relato? preguntó el escritor. No, pero no porque el tipo se volviera loco y acabara matándose, sino porque el redactor se volvió loco y estuvo a punto de matarse también. El agente se levantó de pronto para servirse algo de beber, aunque una copa más no fuera precisamente lo que necesitaba. Sabía que el redactor había sufrido una importante depresión nerviosa en 1969, un poco antes de que Logan s llegara a los números rojos. Yo era el redactor jefe informó a los otros el redactor . En cierto sentido, nos volvimos locos los dos, Reg Thorpe y yo, aunque él vivía en Omaha y yo en Nueva York, y nunca llegamos a conocernos personalmente. El libro había sido publicado hacía unos seis meses y Reg se fue a vivir a Omaha para «encontrarse a si mismo», como se decía entonces. Y ocurre que co- nozco su versión de la historia porque conozco a su mujer y de vez en cu~ndo coincido con ella en Nueva York. Es pintora, y bastante buena, por cierto. Además, tuvo mucha suerte. Reg estuvo a punto de llevársela con él. El agente volvió con su vaso y se sentó. Creo recordar algo dijo . No fue sólo su mujer, ¿no es cierto? Me parece que disparó contra un par de personas, una de ellas, un niño, si mal no recuerdo. Exacto replicó el redactor . Y fue precisamente el niño el que desató su locura. ~Que el niño desató su locura? preguntó la mujer del agente . ¿Qué quieres decir? El redactor prosiguió su relato, ignorando la pregunta. Estaba claro que no permitiría que dirigiesen su discurso. Conozco mi parte de la historia porque la viví prosiguió . He tenido bastante suerte. O muchísima suerte. Hay algo interesante en la gente que trata de suicidarse apuntando una pistola a su cabeza y apretando el gatillo. Creen que es el método más seguro, mejor que tomar un frasco entero de somníferos o cortarse las venas, pero no es así. Cuando uno se dispara en la cabeza, no se sabe muy bien lo que va a pasar. La bala puede rebotar y matar a otra persona. O seguir la curva del cráneo y salir por el otro lado. O alojarse en el cerebro, dejarte ciego, y, en cambio, no matarte. Te puedes disparar en la frente con un 38 y despertarte en el hospital y, en cambio, te disparas con un 22 y te despiertas en el infierno..., si es que existe. Aunque creo que sí existe: me han dicho que está en Nueva Jersey. La mujer del escritor lanzó una carcajada estridente. El único método de suicidio que no falla es el salto desde un edificio muy alto, que es lo que hacen los que verdaderamente lo desean. Pero es que quedas tan cochambroso, ¿verdad...? »Lo que quiero decir es lo siguiente: cuando te disparas un proyectil [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ] |
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