, El Templario 2 

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del sultán, lo logró. Una vez que comprendió el contenido de la peti-
ción de Saladino, Corazón de León sonrió y saludó a su valeroso
adversario.
-Si ese gran médico es tan bueno como decís, servidor Belami,
Simon de Creçy debe ser puesto de inmediato a su cuidado. Accedo
gustoso a la solicitud del sultán Saladino.
Por la expresión del rostro del monarca inglés, el sultán com-
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prendió que todo estaba bien. Dirigió a Corazón de León un real
salaam y, volviéndose hacia su estado mayor, reunido a unas cincuenta
yardas a sus espaldas, dio una orden que inmediatamente hizo que
se adelantaran seis jinetes de su guardia personal, llevando de la brí-
da un caballo con una litera.
Después de una breve pausa, mientras se ataba la litera entre
dos caballos, se les unió Abu-Imram-Musa-ibn-Maymun, mejor
conocido como Maimónides. Con un gesto amigable saludó a Belami
e hizo una reverencia formal al monarca inglés, y acto seguido exa-
minó rápidamente a Simon, que estaba inconsciente. Al incorpo-
rarse, su expresión era grave.
-Si Alá lo permite, vivirá. Pero debo atender su herida lo antes
posible. Con vuestro permiso, majestad.
Las últimas palabras, pronunciadas en francés, iban dirigidas
al rey Ricardo. Corazón de León sonrió severamente y asintió con
la cabeza. El cuerpo inerme de Simon fue colocado con sumo cui-
dado por cuatro mamelucos, y bajo las indicaciones de Maimónides,
en la litera, y seguidamente le cubrieron con una manta.
Belami saludó a los dos grandes jefes y conversó brevemente
con Saladino, que asintió. Luego, dirigiéndose al rey Ricardo, el
veterano pidió bruscamente:
-¿Cuento con vuestro permiso, majestad, para acompañar al
servidor De Creçy y al médico Maimónides?
El espíritu romántico del monarca inglés estaba cautivado por
el caballeroso comportamiento de su adversario. Quizá, en aquel bre-
ve encuentro, cara a cara, la naturaleza poética de Ricardo recono-
ció la misma cualidad mágica en Saladino. Sea cual fuere la razón,
lo cierto es que Ricardo Corazón de León gustosamente hubiera con-
cedido cualquier petición relacionada con aquella dramática situa-
ción. También comprendía que el tiempo era de suma importancia
para el malherido templario.
-Vuestra petición está concedida, servidor Belami. Permaneced
junto a De Cre~y el tiempo necesario, y mantenedme informado
de la evolución del herido. -El rey permaneció pensativo un
momento-. El sultán debe de tener una elevada opinión de nues-
tro joven amigo. Eso le honra grandemente.
Belami saludó a Corazón de León con la espada y prestamente
volvió a montar su blanco semental árabe, que no había sufrido daño
alguno en la caída. Seguidos por él, los mamelucos regresaron len-
tamente a sus propias filas, llevando a Simon, seguro en su litera,
entre ellos.
Sin pronunciar una palabra más, el rey Ricardo y Saladino se salu-
daron, con la espada y la cimitarra, respectivamente. Envainando las
armas como señal de una tregua temporaria, se disponían a separar-
se cuando Saladino se detuvo, sonrió y dirigió unas palabras por enci-
ma del hombro a su estado mayor. Inmediatamente, un emir se ade-
lantó, llevando de la brida un soberbio caballo árabe blanco.
Corazón de León no precisó intérprete para que le tradujera
el magnifico gesto de Saladino. Con una de sus características son-
risas juveniles, Ricardo montó de un salto en la silla con adornos
de plata. También Saladino comprendió igualmente el gesto de
agradecimiento del rey.
Fue aquél un momento mágico, que todos los que presencia-
ban sorprendidos la emocionante escena conservarían amorosamente
por largo tiempo en la memoria. Fue en verdad un encuentro de tro-
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vadores.
Sin decir nada más, Corazón de León hizo dar media vuelta a
su montura y volvió al galope hasta donde le esperaban los lance-
ros, observado con admiración por Saladino, que había vuelto a
montar su propio semental blanco como la nieve. Perfilándose con-
tra la masa de su fuerza de caballería, formada en media luna, el sul-
tán, ataviado con el sagrado turbante efod verde del Profeta, ofre-
cía una imagen memorable.
Con un grito de: «¡Allahu Akbar! ¡Alabado sea Alá, el Señor
de la Creación!», Saladino hizo corvetear a su montura y volvió sin
prisa a reunirse con el ejército sarraceno.
En aquel momento, el sol, que se estaba poniendo, se hundió
en el horizonte, toda su imagen roja como la sangre y deformada por
la bruma marina. Como obedeciendo a una señal de la Estrella del
Día, ambos comandantes se pusieron al frente de sus respectivos
ejércitos abatidos para alejarlos del sangriento campo de batalla;
Saladino, retirándose a su campamento del bosque, y Ricardo, lle-
vando a sus cruzados hasta la protección de las murallas de Jaffa,
para hacer vivac allí.
La batalla de Arsouf había terminado.
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El destino
Al amanecer del día siguiente, Saladino volvió al ataque y encontró al
rey Ricardo sólidamente acampado fuera de las murallas de Jaffa.
Resultaba evidente que seria difícil desalojar a los cruzados de aque-
lía posición, sobre todo teniendo en cuenta que la flota inglesa había
llegado hasta cerca de la costa y reaprovisionaba a Corazon de León
con armas, comida y forraje para los caba]los.
Prudentemente, Saladino retrocedio. En Arsouf, había perdido
más de siete mil hombres, incluyendo un número considerable de
emires. No podía permitirse sufrir muchas más bajas tan pronto. El
ejército más reducido del rey Ricardo apenas había tenido setecien-
tos muertos y heridos. En conjunto, había sido una victoria rotunda
para los cruzados.
Sin embargo, ello no les había llevado más cerca de la Ciudad
Santa. El avance sobre Jerusalén significaria que primero el rey Ricardo
debía establecer una base firme en Jaffa, y sólo entonces desviarse
hacia el este para avanzar directamente por la antigua carretera roma-
na que conduce a la capital espiritual de la cristiandad. La tercera
Cruzada aún tenía que hacer un largo camino.
Corazón de León estaba ocupado en fortalecer las fortificacio-
nes del pequeño puerto, levantando el castillo Mategriffon y un
campamento para su ejército, protegidos por trincheras sólidas. Pero
aún encontró tiempo para ocuparse de la suerte de sus amigos tem-
planos.
Puede parecer raro que el monarca inglés se interesara tanto
por los dos miembros del Cuerpo de Servidores. No obstante, éste
era el caso, debido al firme vínculo que se había establecido entre
ellos en el campo de batalla, cuando los tres hombres lucharon codo [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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